La guerra de Ucrania no es la responsable de todo. La subida desbocada de los precios de la soja y el maíz o el encarecimiento de los costes de la energía eran problemas añejos para el campo español que llevaba años manifestándose por estos motivos. 

La invasión de Vladimir Putin de Ucrania, sin duda,  ha venido a agravar esta situación pero el problema estructural del mercado lácteo en España viene de lejos. Los precios inferiores a la media europea pese a ser un país deficitario es la consecuencia directa de la falta de aplicación de la normativa existente y de una “cultura” de la negociación que daba por hecho la conformación de precios de arriba hacia abajo. Los paganos de esas dos realidades es la que ha llevado al sector del vacuno de leche a una situación a día de hoy insostenible. Son miles de granjas las que durante la última década han tenido que cerrar para que hoy y por cuestiones bien distintas el fantasma del desabastecimiento haya calado en la sociedad y en las propias industrias. 

Ha hecho falta una guerra para que Europa y los consumidores se hayan comenzado a dar cuenta de que hay cosas a las que la todopoderosa y garantista Europa había renunciado pero de las que no puede prescindir. 

La soberanía energética copa las portadas de los informativos y de los periódicos pero, no tardando mucho, la sociedad se dará cuenta de que los alimentos pueden comenzar a faltar en los lineales o, en el mejor de los casos, estarán presentes a precios desorbitados. 

La actitud de bloqueo de las grandes cadenas de distribución a la hora de marcar precios reales y no propios de productos gancho ha llevado a una situación tan crítica al sector del vacuno de leche que sólo ahora y con una guerra encima parecen darse cuenta de que la producción interiores de leche y sus derivados es una cuestión esencial. 

Los ganaderos, como cualquier trabajador, pretende cobrar por su trabajo pero es que, además, este trabajo hace posible que los consumidores dispongan de un producto de primera necesidad como es la leche. Sólo cuando la falta de materias primas para alimentar a los animales y el descenso de producción se antojan inminentes parece que algunos están dispuestos a reaccionar. 

La crisis del sector lácteo lleva años afectando a los ganaderos y ahora comienza a afectar a las industrias que empiezan a temer por la falta de leche en las explotaciones. 

Parece mentira que haya hecho falta una guerra para que nos hayamos dado cuenta de que con las cosas de comer no se juega.