Agaprol OPL nació hace diez años fruto del empeño y la dedicación de un pequeño grupo de ganaderos que ya entonces decidieron buscar nuevas fórmulas para hacer viables las explotaciones en las que llevaban trabajando muchas generaciones de sus familias.
Los inicios de Agaprol como Organización de Productores Lácteos ahora parecen exiguos si se tiene en cuenta que lo primero que hubo que lograr fue que las industrias lácteas simplemente se sentaran a negociar y tuvieran a bien comunicar a los ganaderos cuánto iban a cobrar a fin de mes por su producción. La implantación definitiva de los contratos lácteos y, por fin, la verdadera negociación de los precios de la leche fueron logros que pasado el tiempo podrían hacer sonrojarse a más de uno. La frase “es lo que hay” que tan acostumbrados estamos a escuchar en el sector comenzaba a no utilizarse con tanta gratuidad.
Ahora, diez años, después, el sector lácteo en nuestro país y a nivel global se enfrenta a problemas probablemente más serios que los anteriores y que sólo dependían de la voluntad de una de las partes a la hora de hacer las cosas de una forma o de otra. Este año 2023 es, quizá, el más claro ejemplo de que los ganaderos de vacuno de leche de todos nuestros pueblos tienen puesto un ojo en su nave y el otro en lo que está ocurriendo en los mercados internacionales con las importaciones Chinas a la cabeza pero sin olvidar que Alemania sigue produciendo quesos a precio de derribo o que en Francia al paso que van se quedarán sin vacas más pronto que tarde.
En el plano interior todos miramos recelosos los problemas de relevo generacional en las explotaciones, el descenso en el consumo por la inflación o los costes de producción que cada día aprietan más y más. Todo ello eran hasta ahora preocupaciones que a las industrias lácteas poco les importaban porque tenían leche de sobra para transformar.
Este año 2023 ha servido para todo eso y también para darnos cuenta de que España es y siempre ha sido deficitaria en cuanto a lácteos se refiere. Eso todo el mundo lo sabía pero nadie quería ver que cada punto de cuota de mercado que dejamos perder en los lineales de los supermercados para industrias foráneas supone el cierre de docenas de ganaderos y ahora también amenaza con bajar la persiana de nuestras industrias transformadoras.
Creer en el futuro significa que llegados a este punto de inflexión los problemas de las industrias y los de los ganaderos son absolutamente dependientes y ya no vale con decir “es lo que hay”. Creer en el futuro sólo será posible si entre todos hacemos viable este sector que, por cierto, si tiene futuro. Sólo bastaría con dejar de mirarnos de reojo remar en la misma dirección olvidando el cortoplacismo que irresponsablemente imponen algunas cuentas de resultados.