Mientras Gobierno y distribución se reúnen para bajar precios cierran tres ganaderos al día

Poco importa que sea un globo sonda o que, finalmente, la propuesta de poner tope de precio a los productos básicos de alimentación sea una realidad. 

Gobierno y distribución están engañando a los consumidores con una medida a la que aparentemente nadie podría negarse pero que está plagada de mentiras. 

Poner un tope al precio de la leche en los lineales de los supermercados de este país terminará irremediablemente en un coste más alto para los consumidores que, engañados, ahora aplauden la propuesta. 

Ni el Gobierno, ni las industrias, ni la distribución pueden reducir lo que le cuesta a un ganadero producir leche. Esa realidad es tan palmaria como que ante un descenso en el precio de venta al público ni distribución, ni industria van a perder un céntimo y, como siempre, repercutirán ese descenso del precio a los ganaderos en el eslabón más bajo de la cadena alimentaria. 

La propuesta se produce, además, en un momento en el que ya no sólo el departamento de Yolanda Díaz sino que también, y sobre todo, el de Luis Planas son conocedores de que durante el último año han cerrado casi mil ganaderías, se han reducido las entregas en un 5% y el número de vacas ha caído por encima del 8%. 

Con esas mimbres pretenden que los ganaderos continúen produciendo a pérdidas mientras se sientan con la distribución a negociar en cuánto se situará el límite de precio para un producto básico como es la leche. 

Que la leche suba en los lineales puede ser un problema pero todos los implicados deberían pensar que mucho peor será no tener leche para beber. 

La solución de traer los productos lácteos de países en vías de desarrollo sin garantías sanitarias, explotación laboral e ingentes niveles de contaminación tampoco valdrá en esta ocasión. Aunque el Gobierno e, incluso, los consumidores estén dispuestos a hacer oídos sordos a esa realidad en el caso de la leche eso es imposible.

Los países exportadores de leche tienen nombres tan conocidos como Alemania, Dinamarca, Irlanda, EE.UU o Nueva Zelanda. En todos ellos el precio de la leche es infinitamente superior al que se paga a los ganaderos españoles. Cuando haya que consumir leche de esos lugares ni el Gobierno ni la distribución podrán ir allí a decir que sean aquellos ganaderos los que paguen el tope de la leche en España.

Los ganaderos cerrarán, los consumidores pagarán más y las industrias que ahora se frotan las manos para negociar a la baja terminarán cerrando por falta de materia prima.