La guerra en Ucrania tiene en los muertos y en los refugiados las primeras y mas importantes de sus víctimas. Cualquier conflicto armado provoca, además, una serie de efectos indeseables para la estabilidad. En el caso de la invasión rusa en territorio ucraniano esos efectos colaterales se trasladarán indefectiblemente al mercado internacional de las materias primas y de la energía. 

Ese escenario de inestabilidad es el que tendrá que afrontar todo el planeta dada la trascedencia que los dos países tienen tanto en la producción de cereales como en la generación de fuentes de energía. La inflación provocada por estos parámetros claramente cuantificables del conflicto armado es ya una de las alertas que desde todos los gobiernos occidentales se da por descontada. 

En ese indeseable marco en el que se desenvuelve la realidad actualmente es en el que se ha de hacer un llamamiento, en primer lugar, a la paz pero inmediatamente después a la responsabilidad por parte de quienes son los protagonistas de la producción y distribución de alimentos como bien primario e indispensable. 

La negociación de contratos lácteos conforme a reglas capaces de resolver situaciones de inestabilidad se demuestra ahora no como una posibilidad sino como una obligación por parte de todos los eslabones de la cadena alimentaria y de las administraciones públicas. 

El equilibrio de fuerzas en la negociación y el uso generalizado de herramientas de indexación capaces de sortear los envites de la cambiante realidad deberían de dar ahora una posibilidad de supervivencia al sector ante una crisis de estas dimensiones pero, también, de establecer una estructura de relación productor-industria que garantizaran la supervivencia del sector. 

La guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto los problemas derivados de la dependencia energética de Europa como bien primario que es. El viejo continente ya se ha puesto manos a la obra para evitar ese tipo de situaciones en el futuro. Esa realidad constatable y constatada no debiera estar muy alejada del papel que la soberanía alimentaria debiera de tener para los diferentes países. 

El sector primario, con la ganadería a la cabeza y la leche como punta de lanza son espacios que debieran tener ese mismo nivel de protección. Energía y alimentación serían equiparables en este sentido. 

Los efectos colaterales de esta guerra son muchos y devastadores pero también pueden convertirse en una oportunidad para que todos nos demos cuenta de lo importante que es lo que tenemos entre manos y que con las cosas de comer tampoco se debiera jugar.