Las consecuencias del inexplicable retraso a la hora de publicar el Estudio de la Cadena de Valor de la Leche debiera recaer sobre quienes sabiendo que la situación es insostenible lo están posponiendo hasta que pase el año y ya sea imposible reabrir las granjas de vacuno de leche que se verán obligadas a cerrar. Los contratos están ya firmados por un año y, además, incluyen por orden ministerial que tienen que incluir una cláusula que diga que el ganadero cubre con sus costes de producción aunque sea mentira. 

El referente de un estudio público de costes de producción se pierde en el horizonte por interés de unos y por inacción de otros pero, en cualquier caso, y ya que el mercado de la leche en España debiera ser tan libre como aseguran los interesados, por qué no se fijan en lo que está ocurriendo en el resto del mundo y, más especialmente, en Europa donde el diferencial de precios con los españoles se agranda día tras día. A Alemanes e irlandeses parecen no importarles cuánto sube el maíz y la soja porque el precio de la leche allí si que sube pese a que tradicionalmente la primavera es mala para esos países. En España la alimentación del ganado sube pero mientras esperamos el informe ministerial que nunca llega las industrias aprovechan para mantener los precios de compra a los ganaderos. 

Las cadenas de distribución y las industrias lácteas presentan cuentas de resultados estratosféricas del año del Covid pero ya avisan de que el año que viene las cosas empeorarán. Puede que si, puede que empeoren pero mientras los eslabones más poderosos de la Cadena Alimentaria han hecho caja, el eslabón más débil -los ganaderos- han sepultado sus ahorros y en muchos casos han tenido que cerrar porque lo que les ofrecen no les da para mantener sus explotaciones. 

La situación es grave porque el sector corre importantes peligros pero es todavía más indignante porque sabiendo que esto está ocurriendo nadie es capaz de, simplemente, hacer cumplir la Ley que lleva años negro sobre blanco en el Boletín Oficial del Estado.