Indignación es la única palabra que debe pasárseles a los 90 ganaderos que tuvieron que cerrar sus explotaciones durante el mes de enero. 

Indignación es lo que deben de sentir cuando estos días leen en los periódicos y escuchan en el bar al que siguen yendo después del abandono de la actividad que la industria láctea presiona para bajar el precio de la leche en los contratos porque los ganaderos “están ganando dinero”. Ese mismo dinero o, mejor dicho, la falta de él es el que ha provocado el cierre de otras 800 explotaciones durante el año 2022. 

Indignación sienten también al escuchar al presidente de Mercadona, Juan Roig, hablar del “esfuerzo brutal” que ha hecho su compañía reduciendo sus beneficios a mínimos históricos y argumentando que han evitado subir aún más los precios en los lineales gracias a que han “tensionado” a los productores sin especificar que eso ha supuesto miles de cierres. Todo ello siendo el operador de la gran distribución que más productos lácteos vende en todo el mercado nacional. 

Indignados tienen que estar con el Gobierno que asegura estar buscando fórmulas para poner tope a los precios de la cesta de la compra mientras publica el reglamento de ordenación de las granjas bovinas. Un reglamento que además de evitar las mal llamadas macrogranjas castiga a todos los ganaderos con una retahíla de nuevas disposiciones que no harán otra cosa que encarecer aún más sus costes de producción. Unos costes de producción que paradójicamente nadie quiere repercutir en el PVP de los lineales para que la inflación no se desboque aún más. 

Indignados tienen que estar con los consumidores que mes tras mes exigen más y más costosísimas medidas de bienestar y sanidad animal pero que no están dispuestos a pagarlas cuando van al supermercado a comprar un litro de leche. 

Los 90 ganaderos que cerraron en el mes de enero tienen todas estas razones y muchas más para estar indignados pero, sin duda, la más dolorosa es que ellos mismos y sus hijos tienen claro que de no cambiar las cosas la mejor manera de no perder dinero es dejando de trabajar en el que es su oficio, su cultura, su modo de vida; la ganadería. 

Indignado tiene que estar el sector primario que ve cómo todo el mundo pone el grito en el cielo por la subida del precio de los alimentos y no se preocupan del resto porque los agricultores y los ganaderos son unos poquitos que poco o nada cuentan para hacer ruido en las calles, en las redes sociales o en los medios de comunicación y, menos aún, en las estrategias electorales.