Basta ya de pasar ante la estantería de un supermercado y ver que media docena de yogures cuesta 70 céntimos de euro. 

La distribución lleva años utilizando los productos lácteos -leche, queso, mantequilla- como productos reclamo para que los consumidores lleguen a sus establecimientos y después venderles el resto de su catálogos de productos. Una cosa es que compitan legítimamente por sus clientes y otra cosa bien distinta es que engañen a la sociedad. Es imposible que 750 gramos de yogur cuesten la irrisoria cantidad por la que las cadenas de distribución los venden. 

Está claro que los productos lácteos en los lineales de los supermercados no están para que esas empresas ganen dinero con ellos sino para atraer al consumidor y, después, recuperar lo perdido con altos márgenes de beneficio en otras líneas de producto. 

Lo sangrante es que, pese a vender por debajo de los costes de producción, tampoco pierden dinero porque las industrias les facilitan la tarea exprimiendo a los ganaderos y a buena parte del sector primario de este país y así cumplir con los precios que les reclaman. La fórmula mágica que industria y distribución han encontrado para que les cuadren las cuentas es que sean los ganaderos los que paguen su cínica forma de presuntamente abaratar la cesta de la compra. 

Los consumidores tienen que ser conscientes de que las indignantes ofertas de leche a 56 céntimos de euro son imposibles y que, desde luego, no son las multinacionales que las ofrecen las que hacen un sacrificio recortando sus beneficios. 

Las administraciones, mientras tanto, aprueban decenas de leyes que después se olvidan de hacer cumplir. Parece ser que es más fácil ver cerrar un centenar de granjas cada mes que poner los puntos sobre las íes a las todopoderosas cadenas de alimentación que cada año se vanaglorian de lo que crecen y de sus extraordinarios beneficios. 

Que los ganaderos tengan que hacerse cargo de hacer saber a los consumidores que seis yogures no pueden costar 70 céntimos es tremendamente triste. Sin embargo, es a eso a lo que parece tiene que recurrir el sector para que sea la sociedad la que, por fin, se de cuenta de lo que esta situación supone para el sector primario y para ese medio rural que alguno cree que sólo abre los fines de semana. Ahora más que nunca es hora de informar y de denunciar lo que ya todos deberían saber desde hace tiempo.