Las industrias lácteas llevan meses bombardeándonos con imágenes de vacas que escuchan música y verdes prados mientras la distribución hace lo propio con agresivas campañas erigiéndose siempre como los “más baratos del mercado”. Los ganaderos, por su parte, reclaman el cumplimiento de las normativas que hagan posible la viabilidad de sus explotaciones mediante la percepción de un precio justo por cada litro de leche que producen.

El consumidor es el último eslabón de esta cadena que va desde las granjas radicadas en la España Vaciada hasta los lineales de los grandes centros de distribución. La batalla en busca de un proceso más justo, seguro y de calidad para todos tiene, no obstante, que extenderse hasta nuestros hogares, hasta nuestras mesas.

Nuestra sociedad afortunadamente ha evolucionado con el tiempo y ya a nadie se le escapa la necesidad de cuidar de nuestro medio ambiente reduciendo la huella de carbono y la contaminación de nuestro entorno. A nadie se le ocurriría en pleno siglo XXI olvidar la necesidad de establecer ciertos criterios de bienestar animal que redunden en el diseño de explotaciones más dignas y salubres.

Calidad, medio ambiente o bienestar animal son algunos de los caros requerimientos del consumidor que el resto de implicados en la cadena alimentaria no sólo están dispuestos a acatar sino que potencian y desarrollan porque creen en ello. Sin embargo, todo eso tiene un precio.

Los ganaderos, las industrias y la distribución -cada uno en su medida y con responsabilidades diferentes- están apostando por el cumplimiento de esos criterios, pero los consumidores también tienen que sumar su granito de arena para que esos deseos puedan convertirse en realidad. El precio que estamos dispuestos a pagar por todo ello en cada brick de leche tiene que pasar a formar parte de esa apuesta por el medio ambiente, la calidad o el bienestar animal. Si no colaboramos todos, incluidos los consumidores, el sistema estalla por los aires.

Si no hay una traducción en los precios que el consumidor está dispuesto a pagar por los productos de los ganaderos españoles el medio ambiente se resentirá porque nuestros pueblos se vaciarán, la calidad se pondrá en riesgo porque productos de menor calidad y dudoso origen acabarán colándose en nuestras despensas y, lo que es peor, el bienestar animal acabará convirtiéndose en el mal estar de los humanos que cuidan de que todo lo anterior sea como el consumidor quiere que sea.