La confianza de las industrias lácteas en la necesidad de los ganaderos de seguir produciendo cada vez más para poder sobrevivir ha dejado de ser el modelo de presión que sostiene al sector. La relación entre oferta y demanda lleva viciada en el sector del vacuno lechero desde hace décadas. La condición de producto perecedero de la leche ha provocado que durante años la posición de dominio de las industrias se viera reforzada no sólo por el tamaño desde el punto de vista empresarial sino también por la incapacidad de los productores para gestionar su producción más allá del día de la firma del contrato. 

Los precios extraordinarios que está alcanzando la carne en estos momentos ha sido la primera de las llamadas de atención para un sector que ha visto cómo se podían regular las entregas sin renunciar al flujo de caja de las explotaciones. Una realidad que, además, ha permitido a los ganaderos seleccionar de forma excepcional la cabaña, aumentando su rentabilidad al eliminar los animales menos productivos y potenciando aquellos con mayor capacidad lechera. 

Las tensiones a nivel internacional provocadas por las guerras arancelarias también están influyendo en este sentido al constatarse la necesidad de disponer de materias primas en el mercado interno capaces de satisfacer las necesidades de los consumidores. En el caso español esa condición se multiplica dada la condición histórica de país deficitario en producción láctea. 

Por si todo eso fuera poco, el consumo se suma también a las tendencias que hacen cada vez más necesaria una producción de cercanía y, ante todo, suficiente. Los países emergentes continúan creciendo en sus hábitos de consumo y en el mercado interior la amenaza de las bebidas vegetales parece haberse contenido. En cualquier caso, el trasvase de consumo entre la eche líquida hacia los quesos también está sirviendo para mantener las necesidades de leche cruda e, incluso, haciéndolas superiores. 

Así las cosas, las industrias volverán a encontrarse ante la tesitura de no tener leche disponible bien porque los ganaderos no producen toda la que necesitan o los consumidores les reclaman algo que no pueden conseguir a precios competitivos en los saturados mercados internacionales. Llegará el momento en el que las negociaciones no se harán con la espada de Damocles sobre la cabeza. 

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