El Estudio sobre la Cadena de Valor de la Leche Líquida del ministerio de Agricultura ha traído muchos datos, alguna sorpresa, casualidades increíbles y una certidumbre. 

Para empezar el informe debería haber estado listo en el mes de octubre y, de ese modo, haber servido para afrontar con garantías el proceso de negociación de los contratos lácteos. No es cuestión de ser malpensados pero parece demasiada casualidad que se publique justo ahora, cuando todos los contratos con las industrias están ya cerrados. Agaprol, pese a todo, ya ha solicitado la renegociación de los contratos con cuatros industrias y, en breve, lo hará con el resto. 

El informe se afana desde su primera línea en dejar claro que no “pretende hacer una foto fija” del sector. Es obvio que no la hace puesto que se empeña en sacar horquillas y más horquillas sobre lo que pasó en el vacuno de leche entre el año 2018 y el primer semestre de 2020. Aquí viene la sorpresa; nadie ha querido darse cuenta de que los precios de la alimentación, el gasoleo o la electricidad se han disparado, precisamente, desde octubre de 2020. 

Si seguimos con los datos y las sorpresas nos encontramos con que todos ganan menos los ganaderos. Las industrias lácteas, sin embargo, se han desmarcado acusando a la distribución de vender a pérdidas. La sorpresa viene cuando te das cuentas de que las industrias nunca pierden. La explicación es simple, si a ellos les bajan el precio de cesión simplemente bajan lo pagado a los ganaderos y su cuenta de resultados está resuelta. 

Para terminar la certidumbre. La Cadena Alimentaria es una cosa muy bonita que aparece en los boletines y en las leyes. En la práctica es -así lo dice el informe- la herramienta que utilizan industria y distribución o bien para ganar dinero o para atraer clientes pero eso si, siempre a costa del ganadero que más que una cadena tiene un yugo que ahora el ministerio quiere pintar de rosa.