Ahora todo el mundo se pregunta ¿por qué no hay leche en los supermercados? Las respuestas y las soluciones llevan años sobre la mesa y, pese a las advertencias de los ganaderos, todo el mundo ha preferido mirar para otro lado

PRODUCTO  RECLAMO

La leche se ha mantenido en un precio irreal de 59 céntimos por litro PVP durante años. 

La distribución ha decidido subir el precio de la leche hasta los 84 céntimos en tan sólo unos meses. Esa decisión, sin embargo, ha venido auspiciada por la escalada inflacionista y no por la situación que atraviesa el vacuno de leche desde hace años. Esta subida de precios todavía no permite garantizar, ni mucho menos, la viabilidad de todos los actores de la cadena alimentaria. 

La banalización de los precios de un producto esencial como la leche también ha pasado inadvertida para los consumidores que ahora no entienden lo que ocurre. Durante años la única y legítima preocupación era la calidad del producto que consumíamos pero nadie reparó en que la leche no podía costar prácticamente lo mismo que el agua.  

POSICIÓN DE DOMINIO

Todas las administraciones reconocen desde hace años que el sector del vacuno de leche soportaba una presión insoportable debido a la posición de dominio que las grandes compañías lecheras ejercían sobre los productores lácteos. 

Ese reconocimiento, sin embargo, no ha sido suficiente para que las entidades responsables actuarán de forma efectiva y tomaran cartas en el asunto. 

La dependencia de la transformación para los ganaderos es indiscutible. El hecho de que la leche se eche a perder en el exiguo plazo de 48 ha provocado que esa presión por garantizar la recogida de su producción haya llevado a los ganaderos a aceptar los precios que industria y distribución imponían de forma unilateral. 

Las dudas sobre la legalidad de estas prácticas son muchas. Algunas de esas situaciones han llegado a los tribunales pero los que ahora se preguntan tan sólo deberían haberse preguntado por qué se ha permitido que una multinacional con recursos infinitos podía sentarse a negociar en la granja de un ganadero y que el contrato de allí surgido tuviera validez pese a conocerse perfectamente la situación que atravesaba el sector. 

La posición de dominio ha sido una realidad tanto como la “posición de mirar para otro lado”.