El campo en España comienza estos días a dar muestras evidentes del nivel de saturación al que viene siendo sometido desde hace años. 

Los tractores tomarán las calles para que ciudades y mercados comprueben que el sector primario está harto y no aguanta más. Todo esto, sin embargo, no servirá para hacer entender a los consumidores que de seguir así no sólo tendrán un problema el día de la manifestación sino que, a este paso, corren el riego cierto de quedarse sin comer. No nos engañemos, la gente piensa que las frutas, las verduras, la carne y la leche aparecen por arte de birli birloque en las estanterías de los supermercados. La desconexión entre el mundo rural y el urbano ha hecho que ya nadie se imagine que para poder comprar un brick de leche haga falta una vaca, un ganadero y mucha inversión. 

Salir a las calles es justo y necesario y debiera servir para que la sociedad en su conjunto entendiera que de lo que estamos hablando es de tener acceso a algo tan básico como es la alimentación de nuestras familias. Todo el mundo se ha acostumbrado, nos hemos acostumbrado, a que la alimentación sea algo casi residual dentro de nuestras preferencias de gasto. La producción de alimentos cada vez más baratos ha provocado la trivialización de los precios de lo que comemos. Ya no es que la sociedad no sea consciente de que un ganadero o un agricultor tienen que pagar sus facturas sino que directamente ni se imaginan que hace falta que alguien produzca aquello con lo que llenan la nevera y la despensa. 

Mientras tanto el Gobierno y Europa se enfrascan en campañas de publicidad para rentabilizar políticas verdes, sostenibles y con el bienestar animal como punta de lanza. Todo eso que está bien, sin embargo, tiene un precio que al parecer no están dispuestos a reconocer mientras sigan siendo los agricultores y ganaderos los que paguen la cuenta. Si todo eso se tradujera en que la inflación se disparara aún más, podríamos estar seguros de que frenarían las exigencias como cuando sin que nadie levantara la voz se permitió la importación de productos transgénicos para evitar la escalada de precios y el desabastecimiento provocado por la guerra de Ucrania. Entonces no hubo nadie que saliera diciendo que aquello era intolerable. 

Controles sanitarios, medidas para mejorar la calidad de vida de los animales o controles fitosanitarios es algo que ningún agricultor o ganadero van a negar siempre y cuando no suponga llevarles a la ruina. 

Salir a las calles, por tanto, será la necesaria llamada de atención que en estos momentos se puede y se debe realizar pero no olvidemos que de poco servirá si al día siguiente la gente continúa pensando que comer es casi gratis y que la leche la dan las vacas moradas de los anuncios de la televisión.